Dirigida por el visionario cineasta Brady Corbet, “The Brutalist” se ha convertido en una de las películas más comentadas del año, tanto por su atrevida propuesta estética como por su impresionante duración de casi cuatro horas (divididas, eso sí, en dos partes con un breve intermedio). Estrenada con gran expectación en festivales de renombre, la cinta ha polarizado a la crítica debido a su ambición narrativa y a su singular acercamiento a la verdadera historia de László Toth.
The Brutalist recuerda a MIES de Agustín Ferrer Casas. Corbet, como Ferrer Casas, fascinado desde hace años por las distintas corrientes arquitectónicas y los conflictos ideológicos que han marcado el siglo XX, desarrolló el guion basándose en la vida del húngaro László Toth. Aunque en la realidad Toth fue célebre por su ataque a la escultura de la Piedad de Miguel Ángel en 1972, el filme se inspira libremente en sus orígenes y en su figura para elaborar una historia de migración, de exilio, arte y obsesión creativa.
Encabezando el elenco, Adrien Brody interpreta a László Toth, un arquitecto que lucha por dejar su huella en la América de la posguerra mientras arrastra el trauma y la culpa de su pasado. Brody hace de Brody, de su papel de señor hecho polvo, como en El Pianista, pero como siempre, regala una actuación intensa, plagada de matices, que transita de la ambición desbordante a la fragilidad más conmovedora.
Felicity Jones interpreta a Éva, la esposa de Toth, una mujer rota y recompuesta que se convierte en el soporte emocional e intelectual del protagonista. Su química con Brody es palpable, especialmente en las escenas más íntimas, donde Jones aporta la sensibilidad y el temple necesarios para equilibrar el ímpetu de László.
Y no puedo dejar de destacar a Guy Pearce que asume el rol de un influyente mecenas estadounidense que, fascinado por el genio de Toth, lo introduce en las altas esferas del mundo artístico y político. Su personaje, tan carismático como manipulador, es Guy Pearce, es lo que toco, encarna la tentación del éxito rápido y el choque inevitable entre la integridad del artista y los intereses comerciales.
Pero hablemos de la épica (y tal vez innecesaria) duración de la peli.
Con cerca de cuatro horas de metraje, “The Brutalist” puede resultar abrumadora para muchos espectadores. Al menos, la decisión de dividir la proyección en dos partes con un intermedio al estilo de los grandes clásicos, como Lawrence of Arabia o Ben-Hur, es un guiño nostálgico que también ofrece un respiro necesario y que permite ir al baño si te has pedido un litro de té helado para acompañar a los nachos. Pese a ello, hay quienes consideran que la película podría haberse beneficiado de una edición más concisa, sobre todo en la segunda mitad, donde se adentra en las luchas internas del protagonista y se demora en subtramas que no siempre aportan al núcleo narrativo. Recomendación, no vayáis con sueño a la sala.
Uno de los apartados más elogiados de la cinta ha sido su banda sonora, compuesta por una colaboración entre un renombrado compositor clásico y un productor electrónico de vanguardia. Este contraste entre tradición y modernidad refuerza la tensión constante entre la herencia europea de Toth y su búsqueda de innovación en Estados Unidos.
El montaje de sonido se presenta igualmente ambicioso: ruidos urbanos, ecos de construcciones, sonido de programas de televisión retro y la fuerza de los coros en ciertos pasajes confieren a la película una atmósfera hipnótica y a ratos claustrofóbica.
Peeero… pese a la expectación generada en festivales, la recaudación en taquilla ha sido discreta. La duración y la densidad temática pueden haber desanimado al gran público, aunque la película ha encontrado en la crítica especializada a defensores acérrimos (y gafapaster) que la consideran una obra magna de Corbet, arriesgada y transgresora.
Algunos círculos ya la comparan con otros proyectos de larga duración y fuerte carga autoral, como El irlandés de Martin Scorsese o Once Upon a Time in America de Sergio Leone.
“The Brutalist” se aparta de las convenciones narrativas habituales, adentrándose en la psique del protagonista y reflejando sus obsesiones a través de decisiones estéticas —planos largos, encuadres minimalistas y un ritmo pausado, pero cargado de tensión— que evocan el estilo arquitectónico que da título al filme. Corbet se arriesga a componer un relato a contracorriente de las fórmulas comerciales y, en ese sentido, consigue una experiencia cinematográfica que desafía al espectador.
Es una peli larga, contemplativa e introspectiva que explora el abismo del alma humana. Avisados quedáis con esta frase lapidaria.
Por ejemplo Babylon, era larga, pero dinámica y homenajeaba el Hollywood más primigenio. Si no os gustan la historia, el arte o la arquitectura revisadas a través de la desesperación de un hombre de talento que lo ha perdido todo… prescindid de The Brutalist.
The Brutalist” se perfila como un título de culto para quienes disfrutan de los relatos largos y profundos, dispuestos a explorar la faceta más oscura de la creación artística y el alto coste de la genialidad.
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